Una historia Sabatina.
Una historia Sabatina.
Ni bien llegó, pidió el café y se sentó. Dejó mochila, campera y buzo sobre la silla, sacó la computadora, la enchufó a la pared, y la conectó al mundo. Miro por la ventana, rascacielos. Pensó: ¿Al rascar el rascacielos los cielos, reirán y se quedarán dormidos? Fue a retirar el café. Se sentó. Siguió sacando cosas: El cable para enchufar el celular, un anotador, un libro de Sonetos. Puso un sobre de azúcar al café, desenvolvió el tostado. ¡Comelo despacio! se dijo. No estaba habituado a este tipo de escritura, sin embargo, siguió escribiendo. Al verse fue como una puesta en escena de un tipo que se dedica a escribir. No sacaba la mirada del ordenador, escribía. Cada tanto subía la vista y miraba al patio de comidas, pasaba la mirada unos segundos, como pensando, en parte para descansar un segundo y en parte para recrearse. A simple vista parecía un ademán, una pausa para seguir escribiendo. Se paró, esta vez miró por un rato más de tiempo al patio, como satisfecho por lo que había escrito. ¿Para que escribo esto?, pensó. No lo sé, se dijo. ¿Lo verían en la imagen de alguien que escribe sumido en el ordenador, sin sacar la mirada si quiera por un largo rato, absorto en lo que se escribe. O así lo verían desde el patio? La pregunta fue retórica no le importaba la respuesta. Miro lo escrito, no llegaba a un texto demasiado largo. ¿Sería una historia? Seguramente. ¿Importaría al alguien? Quien sabe. ¿Sería de algún valor? No importaba. La terminó, así, y la publicó.
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